sábado, 17 de septiembre de 2011

Viajando

.- Señores pasajeros, estamos entrando en una zona de turbulencias, les rogamos permanezcan sentados y con los cinturones de seguridad ajustados. Dentro de treinta minutos aterrizaremos en el aeropuerto de Madrid- Barajas, esperamos hallan tenido un viaje confortable y volver a verles a bordo.
Don Antonio comprobó el ajuste de su cinturón y don Miguel, sentado a su diestra hizo lo propio.
.- Como le decía -explicaba el primero-, hago este viaje desde Nueva York a Madrid y viceversa al menos una vez al mes.
.- ¿Por negocios …?
.- Y por familias, también por familias, tengo compañera y dos hijos en cada capital, a los que atiendo con precisión. También una cafetería en cada población que Gracias a Dios van divinamente.
.- O sea que es usted bígamo.
.- En absoluto caballero, yo soy soltero de profesión, el matrimonio es una costumbre arcaica, implantada por unos dioses muy antiguos que no tenían otra cosa mejor que hacer. Yo estoy muy ocupado para reparar en esas formalidades obsoletas y sin embargo soy un hombre muy familiar.
.- Pues yo estoy casado y con cuatro hijos y me va muy bien en mi empleo de violinista de la Banda Municipal.
.- Bueno pues es lo mismo, yo también tengo cuatro, pero dos y dos.
Es decir dos americanos que no hablan una palabra en español y dos españoles que no tienen idea del inglés, en cuanto a tocar instrumentos
pues ya se los puede usted imaginar…variados. Si tuviese otra cafetería en China, tendría que tener familia allí, no puedo estar sin familia en ningún sitio.
.- No me parece bien que sus hijos ignoren los idiomas que su padre maneja en ambos lados del Atlántico..
.- Eso he pensado yo y tengo decidido hacer un intercambio, es decir a la americana llevarle unos años a los dos de Chamberí y a la española endiñarle los dos de Brooklyn.
.- ¡Ah, pero ellas lo saben!, es decir…
.- Naturalmente y se llevan la mar de bien, mi dinero me cuesta. Cuando Dolly viene a España, Conchi la lleva al Bingo y a comer cocido y cuando es al revés Dolly la lleva a ver la estatua de Lincoln en Washington D.C. y a leer la declaración de Independencia de los Estados Unidos , que es un rollo de tomo y lomo. .- Veo que es usted un hombre muy liberal y moderno.
.- Psch…, se hace lo que se puede.
.- Yo por mi parte también soy muy familiar, pero más modestamente. Solo tengo una familia, veraneo en el pueblo de mi mujer, que tiene Alcalde pedaneo, hago la Primitiva los jueves y esta clase de viajes muy de tarde en tarde.
El ruido de los motores se fue atenuando y el aparato lentamente dejó de bambolearse.
.- Acabamos de aterrizar en el Aeropuerto de Madrid-Barajas, señores pasajeros permanezcan sentados hasta que los motores se detengan completamente, gracias por su compañía y esperamos verles de nuevo a bordo.

.- Bueno, pues encantado de conocerle don Miguel. Que toque usted mucho en la banda esa y hasta otra.
.- Y usted que ejercite lo otro don Antonio, hasta la próxima.

Cada uno por su lado buscó la puerta de salida y una vez en la Casa de
Campo, don Miguel se dijo que se hacían amistades interesantes en
aquellas instalaciones recién inauguradas.



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jueves, 1 de septiembre de 2011

Siempre Galdós



Siempre Galdós…

“Pasearme por la Plaza de Santa Ana, fingiendo que miraba las cámaras, pero prestando disimulada y perspicua atención a lo que se decía en los corrillos allí formados por cómicos o saltarines, cuidando de pescar al vuelo lo que charlaban los de la Cruz en contra de los del Príncipe…”
Éste es un párrafo de la novela de Galdós, La corte de Carlos IV.
En el mismo se especifica una de las misiones a despeñar, de las muchas misiones, por Gabriel, mozo de dieciséis años cuando entró a formar parte del servicio de Pepita González, a la sazón cómica del Teatro del Príncipe.
Esto ha trasladado mi mente y precisamente con la misma o parecida edad, a dicha Plaza, pues residí durante un buen tiempo en el 21 de la calle del Príncipe, justo al lado del teatro que pasó a llamarse Español. Mi añorada Plaza de Santa Ana, justo enfrente de mi portal y del citado teatro, con sus Almacenes Simeón al fondo, la cervecería Alemana a la izquierda, la pastelería donde degustaba los pasteles de nata a la derecha y por último la algarabía de palomas, niños, parterres floridos y parejas de enamorados en sus bancos centrales.
Grato recuerdo de aquella zona y aquellos tiempos que intentaré glosar en un humilde aunque algo extenso poema, que podría empezar así:


Calle del Príncipe arriba
esquina Plaza Santa Ana,
barrio de mi juventud
¡cómo te llevo en alma!

Cuentan que relata un mozo
porque de historias se trata,
que en su ruta por la acera
en una esquina sentada,
la castiza cigarrera
de aquel barrio no faltaba.

Siempre precoz centinela
Desde la pronta mañana.
¡Ideales, rubio, hay Farias!
Con voz de tiple gastada,
era su canción eterna
hasta la noche cerrada.

Cuando la cruzaba el mozo
con un gesto o una palabra,
rebuscando una sonrisa
que tanto debía costarla.

¡Caramba señá Jacinta
hoy está un porrón de guapa…!

¡Anda con Dios zalamero,
buscando estás la fiada…!
¡Te daré dos cigarrillos,
pero mañana me pagas…!

Un día ya no la vio,
dijeron que andaba mala,
y a poco en Nuestra Señora
de la Almudena, acostada,
alcanzó su libertad
bajo una losa marcada.

En su caja de cartón,
en la esquina abandonada,
no había cigarros, ni farias,
ni cerillas no había nada.

Solo un ramo de claveles
con una cinta rosada,
que le dejó un chavalillo
mientras al cielo miraba.

¡Calle del Príncipe arriba,
esquina Plaza Santa Ana!

¿Plaza digo…? Maravilla
de flores y de arbolada,
donde brincaban palomas
y los poetas pensaban.

Los niños jugando al toro
con banderillas de caña,
y las niñas a la cuerda
entre canciones saltaban.

Allí al terminar la tarde
los castizos comentaban,
los partidos del domingo
las nuevas de la jornada,
las canciones de Machín
o lo cara que está España.

Y don Pedro Calderón
el de la Barca observaba,
desde la estatua de piedra
que su pueblo levantara.

Por sus esquinas y calles
a todas horas pasaban,
toreros y cantaores
y bailarinas gitanas.
Recuerdo aquella de bronce,
la que bailaba descalza.

En ese ambiente de gloria
donde vibraba la raza,
¿cómo podría decirse
que tan solo era una plaza?

¡Calle del Príncipe arriba
esquina Plaza Santa Ana…!

Aquella calle chiquita
de teatros se adornaba,
El Español, La Comedia,
El Calderón a dos cuadras.
Tres teatros, tres estilos,
Lo mejorcito de España.

En tu café de Dorín
con la noche ya avanzada,
los artistas de postín
sus mesas abarrotaban.

¡Buenas tardes Don Manuel.
Hoy su Tenorio, de fábula…!
Dicenta sonríe y calla
los parabienes le agradan,
pues sabe que recitando
es lo mejor de su patria.


¿Habéis visto a Luisa Ortega…?
¡Cómo canta el Valderrama…!
Pues aunque luce chiquito,
Es gigante de garganta.

¡Hoy no ha venido don Tirso,
el de la capa bordada,
contando estará en taquilla,
pues la Comedia explotaba…!

¡Cerillero, un buen purito
a la salud de esta España,
que aunque criticada y pobre,
no la cambiamos por nada!

Y yo aquello lo viví.
y en mi memoria temprana,
aquel Madrid de romance
dejó su huella marcada.

¡Ay Madrid de los cincuenta
cómo te llevo en el alma…!

¡Calle del Príncipe arriba
esquina Plaza santa Ana…!

J:L:G:R:

¡Cómo inspira don Benito…! También menciona la calle del Desengaño, donde al parecer la cómica enviaba al chaval a comprar sus pócimas y afeites. Bien, pues esa también la conocí bien, no poseía la talla de la anterior pero tenía su aquel.
Tal vez otro día…